Cierto punto de tensión ante la inminencia de un riesgo o peligro no solo es normal, sino saludable. Es lo que nos hace estar pendientes de nuestra integridad física ante cualquier peligro y garantizar nuestra supervivencia de forma instintiva. Sin embargo, si la sensación de tensión permanece, y no somos capaces de controlarla, hablamos de trastorno de ansiedad generalizada. Las preocupaciones y los miedos son tantos y tan constantes –aunque no haya motivo para ello– que impiden llevar a cabo una vida normal. Los síntomas físicos son fatiga, irritabilidad, problemas para conciliar el sueño o tenerlo reparador y una disminución de la capacidad de concentración. También pueden aparecer dolores de cabeza, náuseas, temblores en las manos e incluso desórdenes digestivos que pueden ocasionar episodios diarreicos.
Más habitual en hombres que en mujeres, la ansiedad puede tener un componente genético, aunque el factor más importante es psicológico. Es necesario buscar las herramientas que permitan ver la vida como es, sin distorsionar los pensamientos. Aprender a relajarse, hacer algo de ejercicio y alimentarse bien son los tres hábitos básicos para ayudar a salir de un trastorno de ansiedad. Opcionalmente, el médico puede prescribir fármacos ansiolíticos que ayuden a rebajar la gravedad de los episodios, aunque es importante tener en cuenta que este tipo de medicamentos causa adicción y no resuelve por sí solo el problema.
Hay otras formas de ansiedad que tienen características similares, pero que corresponden a otros trastornos. Como el pánico, que se define como una sensación de terror repentina sin motivo. Suele presentarse con dificultad para respirar, taquicardia con dolor en el pecho y sensación de mareo, todos ellos síntomas que agravan la crisis de terror. Si se repiten los episodios de pánico, lo mejor es acudir al médico para que valore la necesidad de tratamiento psicológico –que ayudará a cambiar los patrones de pensamiento responsables del pánico– o prescripción farmacológica.
Otro tipo de ansiedad es el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), en el que se repiten pensamientos y acciones de forma constante para intentar que los pensamientos de miedo desaparezcan. Incontrolables por quien las padece, estas compulsiones hacen que la persona se sienta obligada a hacer algo de forma repetitiva, como lavarse las manos constantemente o revisar una y otra vez que todo está en su sitio. Si no se tratan adecuadamente, los trastornos obsesivos compulsivos pueden dominar la vida de quien los padece, limitando su vida social, personal y laboral. Detectable ya desde la infancia y la adolescencia, estas obsesiones compulsivas deben ser consultadas con un psiquiatra para que prescriba un tratamiento.
Las fobias son otra manifestación de la ansiedad. Se producen cuando la alerta natural del organismo ante una situación de peligro no corresponde a ninguna gravedad. Es un temor irracional a una situación que en realidad no presenta peligro alguno. Existen muchos tipos de fobias generalizadas, como la agorafobia (temor a los espacios abiertos), la claustrofobia (a los espacios cerrados) o la acrofobia (a las alturas). Incluso la relación con otros puede despertar este temor irracional y desembocar en una fobia social. Sin embargo, son numerosas las fobias personales, que por algún episodio traumático la persona crea y es incapaz de controlar: miedo a los perros, al agua, a volar en avión, a las arañas, a viajar en metro… Ante la causa de su temor irracional, la persona fóbica experimenta síntomas físicos, como la taquicardia, los temblores o la imposibilidad de respirar, además de la sensación de pánico que le lleva a querer huir inmediatamente de lo que le provoca el miedo. Habitualmente, estas fobias se solucionan evitando la causa que las produce a cualquier precio, aunque es posible solucionar muchas de ellas con tratamiento psicológico.